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Alta...

Lo que se esconde del pasado y del presente

—¿La alta?

—Sí, sí, la gigantona.

—Imposible.

—Te digo que sí. La vi. Ella. Sí. Ella misma. Estaba allí.

—Pero, ¿cómo puede ser?

—Llevaba unos pantalones de lentejuelas. ¡Solo los pantalones!

—¿Solo?

—Como lo oyes. Solo los pantalones…

—¿Y qué hacías tú en ese lugar?

—¿Yo? Pues… Me llevó Raúl…

En términos de confidencia e incredulidad transcurría la conversación entre los dos hombres que chismorreaban sobre su médica de familia en una de las salas de espera del centro de salud. La doctora Navarro era conocida por su estatura, un metro noventa, y por su imagen descuidada. La bata blanca la convertía en una especie de Yeti repulsivo. Demasiado tosca y desgarbada para resultar atractiva. Encima no sonreía. Hablaba poco con los pacientes de la consulta y menos aún con el resto de sanitarios del ambulatorio, sus compañeros de trabajo durante el día.

Durante la noche, Lara Navarro tenía otros compañeros sin bata, otro nombre sin apellido, otro trabajo sin uniforme, otro sueldo sin nómina, otro aspecto sin desgarbo y otro talante sin acritud. Se convertía en Mirta. Portada de catálogo. La de más experiencia. La más alta. La más cara. La mejor.

¿BUSCAS UNA MUJER DE ALTURAS?

CONOCE A MIRTA.

ESTATURA: 1:90. PESO: 75.  PECHO: 110. 35 AÑOS.

PELO CASTAÑO. OJOS NEGROS. PUBIS SIN BELLO.

ESPECIALIDAD: CONVERSACIÓN, BAILE Y POSADO.

SEXO SIN LÍMITES, INTERCAMBIOS, CAMA REDONDA Y SADO.

1.000€ HORA. 3.500€ NOCHE.

Cuando su paciente de día la vio, Mirta desfilaba por el club para sus clientes de noche. Lucía con descaro unos pantalones grises marengo de lentejuelas y dos pendientes de aro plateados, uno en cada pezón. Exhibía sus pechos con la seguridad aplastante que otorga el glamour de saberse superior. Pelo recogido en un moño tirante. Labios encarnados a juego con uñas de manos y pies. Elegante y altiva, caminaba descalza, contorneándose y arrastrando tras de sí todas las miradas de la sala. Le encantaba su profesión. La oculta.

En verdad, Lara Navarro, hija de endocrino, nunca quiso estudiar Medicina ni ser médica. Odiaba a su padre por haberla obligado a eso. Pero lo odiaba mucho más por haberla obligado a lo otro también. Él la desvirgó. La embarazó. Le practicó el aborto. Y la persiguió. La persiguió hasta que Raúl le paró los pies y el corazón. Tres tiros a bocajarro. Y ni un solo adiós.

Ajenos a la historia verdadera, los dos hombres chismosos continuaban su charla entre susurros en el centro de salud.

—Cojones, ¿quién es ese Raúl que te lleva a ver doctoras en tetas con pantalones de lentejuelas?

—¿Raúl? Raúl es un amigo de la infancia. Un chulo de putas de lujo…

—¡La hostia bendita!

—Sí, sí… Las recluta en la universidad. Jóvenes hartas de pagar alquileres caros por cuchitriles para estudiantes, y de perder la vista en los libros.

—Claro, las crías aspiran a algo más en la vida que el sueldo de mierda que ganarán con sus conocimientos.

—Eso mismo dice Raúl…