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El desayuno perfecto para hacer unos planes perversos

Jueves. Seis de la madrugada. Abre los ojos de golpe. Permanece inmóvil en la cama, detenida en el recreo de lo que, por fin, va a hacer ese día. Tras unos minutos de maquinación, se escabulle del edredón con excesivo cuidado, temiendo que el cobertor arranque en vida para impedirle llevar a cabo sus planes. Echa los pies descalzos al suelo, se pone una de sus batas y corre al baño. Orina. Tira de la cisterna. Se lava las manos. Sale y gira hacia la cocina. Pone la cafetera, un modelo tradicional italiano. Odia el tiempo de espera, pero no puede saltárselo. Si no toma un vaso grande de café equivalente a seis tazas individuales, no se siente persona. Café áspero con leche sin lactosa y palitos de bizcochos de azúcar. Idéntico desayuno desde la infancia.

Se sienta a la mesa en un taburete encarado al balcón, aguardando el momento en que se encienda la luz de una de las habitaciones del edificio de enfrente, la de la pediatra malnacida… Sabe que será a la seis y media porque lleva meses vigilándola. Conoce bien sus costumbres. Todas. Las que se ven por las ventanas y las que no. Levantarse. Vestirse. Exprimirse un zumo de naranja. Tomarlo de un trago. Desperezarse coqueteando con el amanecer del día. Escribir en el móvil coqueteando con él por WhatsApp. Ponerse el abrigo. Salir de casa. Bajar al parking. Coger el coche. Acudir a su encuentro al centro de salud. Fingir que no hay relación ni trato entre los dos. Follárselo en el lavabo a hurtadillas descaradas…

—¡Zorra, te mandaré al infierno! —dice ahogando un bizcocho en el café—. Mañana no lo sobarás ni auscultarás a bebés con esas manos pervertidas.

Efectivamente. Al día siguiente la doctora no podrá hacer ni eso ni nada porque la matará hundiéndole un puñal sin compasión. Lo tiene decidido. Lo ha ensayado mil veces al son de Pedro Navaja. Respira convencida y se prepara. Conecta la canción en el teléfono y baila.

Baila y ensaya.

Baila y sigue ensayando.

Ensaya y ensaya más.

Pasa el tiempo…

Pasa y sigue pasando…

Pasa y pasa más…

Viernes. Seis de la madrugada. Abre los ojos de golpe. Retira bruscamente el edredón de su cuerpo desnudo y escuálido. Se cubre con la bata de seda blanca. Vuela descalza a la cocina como si fuera un fantasma. Pone la cafetera en el fuego y la radio en el móvil. Espera el café y la noticia. Se llena el vaso mientras escucha impertérrita…

…”El barrio de Los Rosales sigue conmocionado por la muerte de la pediatra Ángeles Martínez, asesinada con arma blanca en el parking de su edificio, cuando se disponía a coger el coche para desplazarse a la consulta. La policía ha detenido al vigilante de seguridad que cubría el turno de noche en el centro de salud donde también trabajaba Ángeles. Según fuentes de la investigación, ambos podrían estar manteniendo una relación extramatrimonial desde hacía ya meses. Al parecer, el arma del crimen, un puñal de hoja ancha, ha sido encontrado en el maletero de la motocicleta del sospechoso”…

Cierra la aplicación de la radio.

Abre la de Spotify.

Se quita la bata.

Alcanza los palitos de bizcochos de azúcar.

—Se acabó para los cuatro —susurra mordisqueando uno de los dulces—. Yo seguiré bailando sola, ella muerta, su marido viudo y el mío encerrado.

Da un sorbo al café con leche.

—¡Nunca me gustó tu Vespa, vicioso! No eras más que un policía frustrado…

Muerde un bizcocho.

Y otro más.

Y otro.

Ríe.

Canta.

—La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios…

Ríe más.

Baila.

Baila y sigue bailando…

Baila y baila más…