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Secuestro...

Solo el silencio del bosque conoce sus intenciones

Estaba de pie, en el comedor, frente a la mesa que había pegada a la ventana. Con la mirada perdida en la inmensidad del bosque, se sintió completamente invisible. Ese día quería convertirse en “El geógrafo” de Johannes Vermeer, su cuadro favorito. No sostenía un compás en la mano, como el personaje del lienzo, pero sí llevaba algún cálculo importante en la mente. Todavía no había decidido por dónde saldría del país con el niño, aunque sí cuándo. Sería a mediados de octubre, antes de que la nieve bloqueara los caminos. Disponía de tiempo para tomar las decisiones finales y acabar con los pormenores del plan. Todo dependía de los apoyos con los que pudiera contar para cruzar las fronteras.

Afuera, un nublado plomizo acompañaba a la soledad más absoluta. Un zorro cruzó veloz la explanada que había delante de la casa. Posiblemente sería el único visitante de la semana. Varios montones de dosieres aparecían alineados en el centro de la mesa. Contenían información de ciudades y muchos planos y mapas. Resituó a la derecha los planos y los mapas y a la izquierda, la información de las ciudades. Un armario con las puertas abiertas exhibía pilas de papeles ordenados. En una de las estanterías se veía colocado el material de escritorio: rotuladores, bolígrafos, lápices de todos los colores, gomas de borrar, cuadernos, carpetas y archivadores. Fue a buscar una libreta.

Se sentó en la pesada silla de madera que solía utilizar cuándo precisaba estar concentrado. Cogió uno de los dosieres que contenían información y se sumergió ante sus propias notas. Estaba muy nervioso. Necesitaba de manera imperiosa al niño para no sucumbir del todo a una muerte en vida. Odió un poco más a sus padres. Pensó en el otro niño y no pudo soportarlo. Echó mano del vodka. Se bebió una botella entera. No era alcohólico, pero si no dormía, aquella misma mañana se mataría. Tambaleándose, cogió una almohada de la cama y la abrazó. Se sentó con ella en una de las mecedoras y la balanceó hasta caer en un profundo sueño. Hubiera querido no despertar jamás. Pero lo hizo. Tenía que llevar a cabo un secuestro perfecto…

La mecedora (parte inédita)